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Moreras

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Todas las historias, en el fondo, son una. Por las mañanas voy a caminar al parque que está cerca de mi casa. Es un gran campo verde con una capilla, un quiosco, una serie de senderos que lo cruzan, estatuas renacentistas y un bosquecillo, principalmente de moreras. El parque era de la familia Querini, una de las principales de Venecia. Pietro Querini era un miembro del Consejo Mayor de la Serenísima República de Venecia y uno de los principales comerciantes en su época, que recorría la Ruta de la Seda, hacia el lejano Oriente, en búsqueda de seda, especias, tintas, pólvora, y las llevaba sobre todo hacia Europa del norte. Pero en 1431, en un recorrido hacia los fiordos, hubo una serie de tormentas tan intensas que rompieron el timón y el árbol mayor. El barco se hundió, pero algunos de los hombres, entre ellos Pietro, sobrevivieron. Habían llegado a una isla desierta, Sandøy, en el archipiélago noruego de Loften. Un par de días después fueron encontrados y socorridos por los habitan

Amartelo

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Me atabas un hilo rojo en la muñeca para no extrañarte. Le dabas dos vueltas alrededor de mi brazo hacías nudos que no podía desatar. El amartelo es una enfermedad terrible decías El tío Samuel nunca quiso dejarse atar decías Se fue lejos y nunca regresó -su cadáver tampoco, decías- Sin el hilo no encontró el camino a casa. La casa está llena de silencios Yo quiero este silencio Este y no otro Este silencio que llena la casa En este silencio veo los juegos de los niños en el jardín Veo los partidos de damas chinas en el porche Veo las tardes de crucigramas y singani El silencio que conozco es el de tus pasos de madrugada que apagan las luces del pasillo. A veces hace falta tanto, y otras tan poco. A veces me hace falta tu hilo rojo.

Sobre Italo Calvino y la felicidad

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En los estantes de casa están los libros de mi padre. Cuando tengo dudas de qué leer me voy a sus libros y me saco alguno al azar. Así fue como llegué a un libro no muy conocido de Italo Calvino, La giornata d'uno scrutatore . No es un libro largo. Es, tal como dice el título, un día de elecciones, y cuenta la jornada de un hombre que funge de jurado en las elecciones políticas italianas, en 1953. Su mesa, la que debe supervisar, se encontraba en la Piccola casa della Divina Provvidenza (instituto también conocido como “Cottolengo” por el nombre de su fundador). Esta casa-institución es un centro de asistencia para personas con discapacidades físicas y mentales, ancianos, enfermos, huérfanos, gente sin familia, dependientes de sustancias, pobres sin refugio e inmigrantes ilegales. En resumen, son centros que agrupan a gran parte de “los que sobran”. El libro es una preciosa reflexión sobre la democracia. Lo vuelvo a leer cada cierto tiempo porque aprendo cada vez algo nuevo so

Sobre Aquiles, el de pies ligeros

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De todos los guerreros que combaten en Troya, hay dos que son claves para la victoria de Grecia: Odiseo (el astuto) y Aquiles (el de los pies ligeros). Hay una gran tradición escrita sobre esta guerra y, sobre todo, sobre estos héroes. Los dos textos más famosos son los escritos por Homero, la Iliada y la Odisea. Pero es interesante descubrir los otros, los siguientes, ya que estos personajes míticos cambiarán con el tiempo y la tradición enriquecerá sus vidas con más detalles.  Aquiles es, de los dos, el mejor guerrero, el que posee más fuerza y velocidad combinados con inteligencia. Es conocido como “el de pies ligeros” en los poemas homéricos por su valentía, velocidad, agilidad. Es orgulloso y tiene una enorme ansia de gloria. Estacio, un poeta tardío, es quien cuenta que Tetis (su madre, una de las diosas griegas que se había casado con un humano) lo tomó del tobillo y lo sumergió en la laguna Estigia para que se convierta en inmortal. Pero de esa forma el tobillo del que lo so

Estelas de un viaje

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Lo que sucede es que en « Prontos, listos, ya », de Inés Bortagaray, es que no sucede nada, excepto lo que sucede adentro . Lo que sucede adentro del auto, sí: al final toda la historia se resume en la palabra «viaje»; aunque también esta novela va de lo que sucede adentro del lector. No creo anticipar nada del libro si digo que este relato cuenta, desde la mirada de una niña, un viaje en el auto de familia a la ciudad costera donde pasarán el verano. Pero el paso de los postes de luz y el paso de las horas hacen que este viaje sea además un retorno a otra mirada, a otro tiempo y a otras experiencias. Esto se marca desde la primera línea: « Veo un poste que pasa y se va hasta que veo otro poste que pasa y se va pero nunca se va del todo, porque en la ida queda la estela. La estela es el poste en movimiento », inicia a relatar la protagonista. Y esta continuidad, esta estela donde se mezcla lo que sucede y lo que se recuerda, la infancia y el inicio de la juventud, la vacación y la

Caracoles

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El agua refulgía bajo el sol. Mis hermanas y yo nos bañábamos en la piscina inflable que mis padres pusieron en el pequeño patio cementado del condominio donde vivíamos. Cerca de nosotras estaba el jardín con las huertas familiares, y más allá estaba la lavandería. Era una tarde de verano, un domingo de julio, en 1982. Hacía tanto calor que la señora del último piso había puesto sandías a remojar en la lavandería para que se mantuvieran frescas, que podían descomponerse por tanto calor. En medio de las plantas y huertas de los vecinos había un gran frasco lleno de caracoles. La señora del último piso, una mujer que hablaba en un dialecto véneto cerrado y que nos gruñía todo el tiempo, guardaba en el frasco los caracoles para que no dañaran sus plantas y para comérselos. Nosotras, que habíamos llegado poco antes a ese país, no podíamos creer que alguien se comiera caracoles, así que aprovechamos que no había nadie cerca para sacarlos de los frascos y liberarlos en las huertas. Y

La Nave del Olvido

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Richard era entonces el más guapo de los choferes de la línea D. Estaba detrás del volante de La Nave del Olvido IV. Moreno, con el cabello rizado, musculoso, era un perfecto chamagalán. Su micro pasaba siempre a las siete de la mañana. Era el que recogía a todos los estudiantes que íbamos al colegio. Richard dejaba subir gratis a las quinceañeras. Si tenías una minifalda o un escote pronunciado, te daba cambio de más. A ambos lados del volante tenía unas agendas pegadas en el parabrisas, llenas de anotaciones de números de teléfonos. La decoración era algo espectacular: tenía unos ocho espejos retrovisores, en diferentes alturas, en los que podía siempre mirarse y mirar a las pasajeras. Esperaba a que se estableciera un mínimo contacto visual, y en el espejo te decía “para vos mamacita” y ponía una pieza especial en su reproductor. En general, Ricky Martin o Luis Miguel, aunque a veces podía tocar una cumbia sobre amores prohibidos. No he conocido otro micro con tantos peluches. A los

De la podredumbre

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El arte es esencialmente experimentación. Es un juego, uno muy serio, por lo que no se lo puede tomar en serio. En este juego se proponen reglas y límites privados para luego transgredirlos con creaciones estéticas o rupturas salvajes. Es un microcosmos privado de comprensión de realidades, de percepciones sensoriales y de exploración de las cosas que son importantes para cada autor. En este poemario peculiar y sucio hay un tiempo de la historia que no se iguala nunca al tiempo del relato. Es una mirada que nunca pasa y nunca inicia: se marca repetidamente el inicio del acto i, cuadro i, escena i , como una obra lista para ser representada pero nunca puesta en escena. En esta obra, en este intento de representación de una realidad que no inicia, Hablar es un acto inhumano . Las palabras, que supuestamente nos diferencian de otras especies animales y nos hacen lo que somos, son también el campo de la confusión, del malentendido, de la demostración que su sofisticación (o ausencia de sof

Cumpleaños

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Me dijo que me amaba. Que solo pensaba en mí, de día y de noche, que soñaba con tenerme a su lado. Que, igual que el Quijote, dedicaba todas sus obras al gran amor, su querida Dulcinea, yo. Me dijo que algún día estaríamos juntos para siempre. Que lo nuestro era secreto, pero que algún momento se lo diría a todos. Eso sí, me amaba. Recuerdo sus manos. Recuerdo cómo me tocaba. Yo sentía un escalofrío, indefinible, entre el terror y la curiosidad. Él trataba de calmarme, susurrándome cosas incomprensibles al oído. Me visitaba varias veces por semana, y salíamos a escondidas de mis padres a pasear. Ellos, ingenuos, no sabían lo que hacíamos a escondidas. Recuerdo esa llamada. Avisaba de su matrimonio. Me encerré en el baño a llorar, sin poder calmarme, sin poder decirle a nadie lo que me sucedía. Recuerdo que fue a mi cumpleaños siguiente, con su nueva esposa. Mirarlo me hacía sentir vulnerable y sucia. Me trajo un regalo, una cajita musical hermosa, con una estampa de gatos -yo sie

El último búfalo de las praderas

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He vuelto a leer la novela El vino del estío, de Ray Bradbury. En ella, Doug (el personaje central) y otros niños descubren una máquina del tiempo que lleva solo al pasado. Esa “máquina” es el anciano coronel Freeleigh. Los niños se le acercan y escuchan absortos sus historias de la guerra de secesión, de los grandes ejércitos del norte y del sur o de la masacre de los búfalos de las praderas que presenció en sus viajes junto a Buffalo Bill. En un mundo en continua transformación, la máquina del tiempo se queda inmóvil para siempre con sus recuerdos del funcionamiento de las cosas que, en la mente de los niños, tiene un gusto a mundo recién construido, nuevo, misterioso y -se podría decir- puro. Yo tengo mi propia máquina del tiempo. La visito con frecuencia, aunque prefiero verla en días que pueda disponer de toda la tarde. Me abre la puerta con sus pasos sonrientes y acompasados, me invita a pasar y tomar un cafecito destilado en la cafetera blanca de fierro enlozado. Me siento en