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Mostrando las entradas de febrero, 2018

Sobre “Un río que crece”, observaciones preliminares (Cardumen)

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Salí del velorio un poco aturdida. He descubierto que tengo la capacidad de meter la pata y decir cosas inapropiadas en los velorios, y que esa capacidad aumenta proporcionalmente al tiempo que paso sentada mirando al finado, así que salí casi huyendo cuando sentí ganas de comentar sobre el uniforme de los encargados del salón. Caminé por la calle Man Césped con la intención de irme a casa, pero por las prisas de salir de las flores y el muerto, las velas y los pésames, había olvidado ir al baño. Como estaba cerca del centro de convenciones “El Portal” fui para usar el sanitario. Y pues nada, que me encontré en la puerta con una amiga que estaba organizando justo allí la presentación del libro publicado por ASOBAN, como forma de celebración de su 60 aniversario, Un río que crece: 60 años en la literatura boliviana (1957–2017) . Para entrar había una especie de laberinto, donde se colgaron detalles de la historia de los bancos nacionales más algunos objetos antiguos. Luego, en el sa

Trenzas de alquiler

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Acabábamos de visitar el Palacio Portales cuando Katherine Pancol nos propuso a Cristina y a mí que aprovecháramos lo poco que quedaba de luz para visitar “la Cochabamba real”. Había llegado por la mañana y solo estaría un día en la ciudad. Por la noche tendríamos la presentación de su trilogía Muchachas, así que no podíamos perder tiempo. Tomamos, pues, un taxi hacia la terminal de buses para luego entrar a La Cancha. La verdadera Cochabamba es el mercado. Mi hija y yo vivimos un buen tiempo cerca del mercado, así que acabé por hacerme amiga de muchas caseras. No teníamos mucho dinero por entonces, así que los fines de semana nos íbamos a perder entre las callejuelas de La Pampa como quien va a un parque de diversiones. Por esas mismas calles llevé a Katherine. Foto de Cristina Canedo Caminamos mucho entre largos pasillos de pantalones, pantaletas y pimentones. A cada rato me volvía para ver a Katherine. Sabía que había nacido en Marruecos, pero no qué tanto acostumbra camin

La historia de Kurt Wörner

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Kurt Wörner Pfund llegó a Bolivia en 1929 con un contrato de la Casa Junkers para construir aviones, repararlos y enseñar a pilotarlos. Bolivia había recibido poco antes el primer avión de su historia, donación de la colonia alemana: un Junkers con un motor BMW de 185 Hp. Este avión se convertiría en el primero de una flota que cambió la cara de Bolivia. Los primeros vuelos se pensaron para poder unir el oriente del país con servicio de pasajeros y de correos. Se pasó a viajar en tan solo tres horas lo que tomaba unos quince días recorrer por tierra. Además, permitió hacer exploraciones aéreas para diseñar el nuevo camino que uniría a Cochabamba con Santa Cruz y buscar fuentes de agua que pudieran abastecer Cochabamba. Se escogió una laguna encontrada por la cordillera, llamada Misicuni. Wörner trabajó en la Escuela de Mecánica y Pilotos de Aviación, recién creada por el Lloyd Aéreo Boliviano, estableciendo un canon de seguridad y de calidad que serían claves en el desarrollo de la

El polvo de los muebles

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(Texto leído durante las III Jornadas de Literatura Boliviana, en el marco de la XXI Feria Internacional del Libro de La Paz, 2016) I. Dedales Dedal. De.dal [Del lat. digitāle, de digĭtus, ‘dedo’]  1. m. Utensilio pequeño, ligeramente cónico y hueco, con la superficie llena de hoyuelos y cerrado a veces por un casquete esférico para proteger el dedo al coser. 2. m. dedil (funda para proteger el dedo). 3. m. Beso. Los dedales se hicieron de muchos materiales y con distinta rigidez. Antiguamente se hacían de cuero, pero también se hicieron de plata. Era un objeto bastante común. En La novela de la gitanilla , la primera de las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes, una de las doncellas que se encontraba en casa de doña Clara intercambia un dedal por una lectura de la buena suerte. Tras la carrera loca organizada por el dodo, Alicia se pone un dedal como corona a modo de premio. Pulgarcito se esconde en un dedal de su padre, un sastre, para huir de las palizas de su mad

Familias infelices

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—¡Qué linda niña! ¿Quién es?  — me preguntaba todos los días mi abuela. —Es mi hija. —¿A qué hora te vas, hijita?  — me preguntaba todos los días mi abuela. —Se me hizo tarde y ya no alcanzo al bus, ¿me puedo quedar a dormir?  Llevaba ya un año viviendo con ella. Mi abuela ya estaba en la “fase paranoica” del alzheimer. Es una de las etapas más complicadas: las personas enfermas se pueden volver muy agresivas como mecanismo de defensa en un entorno que no logran comprender.  Hay algo fascinante en la vejez. Fascinante y triste. Cuando niños, todos los adultos son viejos; pero otra cosa (y eso se aprende con los años) es la decrepitud. No me refiero solamente a que el cuerpo se dañe. La mente es un lugar extraño. La normalidad es cosa de estadística, no de dirección postal. Desde fuera todas las casas son casas, pero también son la entrada a mentes ajenas, a historias de pequeños logros y grandes derrotas. Hace poco la editorial Nuevo Milenio publicó la edición para Bolivia