Familias infelices


—¡Qué linda niña! ¿Quién es?  — me preguntaba todos los días mi abuela.
—Es mi hija.
—¿A qué hora te vas, hijita?  — me preguntaba todos los días mi abuela.
—Se me hizo tarde y ya no alcanzo al bus, ¿me puedo quedar a dormir?

 Llevaba ya un año viviendo con ella. Mi abuela ya estaba en la “fase paranoica” del alzheimer. Es una de las etapas más complicadas: las personas enfermas se pueden volver muy agresivas como mecanismo de defensa en un entorno que no logran comprender.

 Hay algo fascinante en la vejez. Fascinante y triste. Cuando niños, todos los adultos son viejos; pero otra cosa (y eso se aprende con los años) es la decrepitud. No me refiero solamente a que el cuerpo se dañe. La mente es un lugar extraño.

La normalidad es cosa de estadística, no de dirección postal. Desde fuera todas las casas son casas, pero también son la entrada a mentes ajenas, a historias de pequeños logros y grandes derrotas.

Hace poco la editorial Nuevo Milenio publicó la edición para Bolivia de Siete casas vacías, libro de Samanta Schweblin. Leer esta pequeña colección de cuentos es una forma de asomarse a otras casas, a otras historias, a la forma en que difieren las familias infelices.
Encontrar libros de Samanta en Cochabamba, donde vivo, es nomás complicado. Es una buena cosa que las editoriales locales estén comenzando a publicar autores jóvenes de otros países. Otra cosa: tomé la imagen de El Confidencial

El libro Siete casas vacías de Samanta Schweblin fue la obra ganadora del IV Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero y ha sido publicada para el mercado boliviano por la editorial Nuevo Milenio.

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