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Thay Mai

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Quiero  contarles la historia de mi tío Lodovico.  Lo conocí muy de lejos: cuando él era muy joven eligió ser un hermano misionero con los salesianos y no mantuvo mucho contacto con la familia. Fue uno de los pocos parientes italianos que fue a conocer nuestra casa en Bolivia y siempre estuvo atento a saber si estábamos bien. Ayudó a mis padres en momentos de necesidad y nos hizo llegar libros de filosofía y literatura.  El 13 de septiembre nos llamó Don Cornelio, el director de la comunidad salesiana "Beato Artemide Zatti" de Mestre, para avisarnos que había muerto. Llevaba buen tiempo retirado por el alzheimer y algunas (varias) complicaciones de salud. Pero no es de eso que quiero contarles. Es de la otra parte. Esa que yo no conocía hasta hace muy poco.  Durante el servicio fúnebre se levantaron dos personas, dos representantes de la comunicad vietnamita en Italia y pidieron permiso para hablar del hermano De Marchi, su amado thay Mai . Estaban muy tristes por la noticia

Cuatro perfiles

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Conocí un hombre joven que criaba mariposas nocturnas. Había preparado su salón para poder albergar enormes contenedores donde mantenía las oruga, las alimentaba y les ponía nombres, conocía la historia de la evolución de sus manchas y antenas, sabía de todo el árbol genealógico de las lepidópteras, en particular de la rama familiar de sus amadas Attacus Atlas. Hace muchos años conocí un hombre que se llamaba Sócrates. Su padre le puso el nombre del jugador de fútbol, aunque el prefería pensar en el filósofo. Vendía diarios en la puerta del estadio, pero nunca vio un partido. Era ciego.  Conocí una mujer que escuchaba las radios populares para enterarse de los matrimonios del pueblo, para ir a vender cigarrillos y caramelos a la puerta del salón de fiesta. Ganó así lo suficiente para comprarse una casa.  Supe de una familia que se dedicaba a techar casas y edificios. Padre, hijos, hermanos, abuelos, como una suerte de tradición familiar. Eso sí, tenían un secreto: no sentía

Ruido

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A inicios del año tuve un burnout. Llevaba buen tiempo trabajando en una cocina industrial, un burger, donde el trabajo era supervisado con segundero y todos los equipos tenían temporizador con alarmas. Mi contrato era de 18 horas semanales pero normalmente hacía unas 40 horas en turnos que podían iniciar a las siete de la mañana y terminar a las cinco y media de la mañana siguiente. Estaba tan cansada que era incapaz de leer, de escribir, de pensar. Tenía la sensación de ser habitada por otra persona, que no era yo, que estaba en lucha conmigo. Había demasiado ruido en mi cabeza. Cada día lloraba camino al trabajo, y lloraba durante el trabajo, y lloraba de regreso del trabajo. Cuando dormía, soñaba que lloraba en el trabajo. Pedí ayuda a mi médico de cabecera. Me recomendó tomar unas pastillas, ansiolíticos y antidepresivos en dosis mínimas para controlar los malestares. No soy fan de tomar psicofármacos, así que estaba indecisa; pero justo entonces me ofrecieron un puesto en el supe

Sobre “Autorretrato”, de Saúl Montaño, con desvíos zoológicos

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Mis perras son muy efectivas en esto de cazar ratas. Encontraron el punto preciso donde se encuentra su nido en la caja de acopio de las alcantarillas, cavaron un enorme agujero para esperarlas y cada vez que una pasa por allí la sacan a mordiscos, la hacen volar por los aires y la matan con sus mandíbulas certeras. Los gatos no hacen eso. Más bien parecen anatomistas, científicos o psicópatas, estudiando cómo afecta cada hundida de garra o mordisco en su sistema. Prolongan muchísimo la muerte de la rata. Una vez me quedé en mi habitación llorando mientras escuchaba un ratón chillar por más de dos horas hasta su muerte. Luego mi gata entró por la ventana, orgullosa de su trabajo, con el ratón entre los dientes para dejármelo como regalo en la alfombra bajo la cama, sobre mis pantuflas, no vaya a ser que no lo note, casi con condescendencia por mi inutilidad en las artes de la cacería. Me gusta mirar los animales. Quiero escribir una especie de sociología zoológica, ver sus comport

Sobre Carlos Rioja: heroísmo

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Hace poco me encontré con el librito “Fiebre hemorrágica en San Joaquín”, una autobiografía novelada de Carlos Rioja Ortega . Rioja es uno de los más importantes poetas benianos, pero en este libro narra su experiencia como director del hospital de San Joaquín durante la irrupción de la fiebre hemorrágica boliviana. Cuando fue nombrado director del hospital ya había iniciado la epidemia. Rioja cuenta que escribió al ministerio de salud “dando la alarma y reclamando urgente respuesta”; pero que el gobierno sistemáticamente desmentía los informes por la prensa con titulares como “Falsa alarma en San Joaquín” y noticias que decían que “agentes de la oposición tratan de desprestigiar en San Joaquín al gobierno de la Revolución Nacional”. Tras más de un mes de continuos telegramas con la situación de la población, recibieron una primera ayuda de parte de la Asociación Israelita de Cochabamba, que fue el inicio de una serie de ayudas y cooperación fundamental para la lucha contra el