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Mostrando las entradas con la etiqueta Cuento

La tarde del fin

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Entramos en un edificio con muros de vidrio. La puerta se cerró detrás de nosotros y una voz tibia nos pidió mirar un lector digital para tomar la temperatura y confirmar la identidad. ― Bienvenidos al centro de salud Uni25 de City. Les rogamos sentarse en la sala de espera que pronto llegará su asistente ― , dijo la voz. Delante de nosotros se veía la sala blanca, con sillas blancas, separadas entre sí, y un perchero. La sala estaba vacía. Nos sentamos. Nos quedamos los dos en silencio. Lugares como esos son muy extraños, crean una sensación de incomodidad. Luego de unos cinco minutos llegó una joven vestida de blanco. ― Señores Flores, es su turno ― , dijo. Nos guió por una serie de corredores hasta el vientre del edificio donde había cuatro puertas. Abrió la tercera. ― Buenos días. Soy la doctora Suárez y me haré cargo de su caso. Siéntense, por favor ― . En la mesa se proyectaron una serie de códigos e imágenes en 3D. ― ¿Están seguros de su decisión? La medicina moderna ofrece much

Un cuento de navidad

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Esto pasó en los ochentas. Habíamos tenido un año duro, y en familia había poco (con) que celebrar. Padre dijo que nos llevaría a una fábrica de juguetes. "Podrán tener el juguete de sus sueños", nos dijo. Nos subimos a su peta roja. Fuimos hacia el centro, y luego hacia el aeropuerto, y luego fuimos por la montaña. Finalmente, bajamos por un camino lateral y luego regresamos a casa. Cuando llegamos, en nuestra habitación nos esperaban montones de trozos de madera de diferentes formas, un bote de pegamento y pintura látex. Recuerdo que esa tarde fui inmensamente feliz.

Minotauro

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En Verona hay una librería de viejo llamada "Minotauro" que cumple a cabalidad con todas las espectativas que se puede tener de una librería de viejo que se llame "Minotauro".  En la planta baja hay un café y memorabilia con motivos cursis, ya que está a pocos pasos de la casa de Julieta. Pero un poco más al fondo, oculto, lejos de los recuerdos con lentejuelas y de los turistas con bastones de selfies, hay una pared llena de viejos vinilos de jazz y rock setentero, y luego algunos libros usados y cómics viejos.  Solo cuando los ojos se acostumbran a la penumbra se revela una escalera, que estaba ahí esperando ser descubierta, escondida entre los libros. Hay que subir con cuidado porque cada escalón tiene la mitad de su superficie cubierta con libros usados, todo es inestable, sobre todo las torres de novelas gráficas y libros de arte.  Y ahí, en el segundo piso, se encuentra primero una salita con literatura rusa, que se abre a la sala de  libros de cienc

La Nave del Olvido

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Richard era entonces el más guapo de los choferes de la línea D. Estaba detrás del volante de La Nave del Olvido IV. Moreno, con el cabello rizado, musculoso, era un perfecto chamagalán. Su micro pasaba siempre a las siete de la mañana. Era el que recogía a todos los estudiantes que íbamos al colegio. Richard dejaba subir gratis a las quinceañeras. Si tenías una minifalda o un escote pronunciado, te daba cambio de más. A ambos lados del volante tenía unas agendas pegadas en el parabrisas, llenas de anotaciones de números de teléfonos. La decoración era algo espectacular: tenía unos ocho espejos retrovisores, en diferentes alturas, en los que podía siempre mirarse y mirar a las pasajeras. Esperaba a que se estableciera un mínimo contacto visual, y en el espejo te decía “para vos mamacita” y ponía una pieza especial en su reproductor. En general, Ricky Martin o Luis Miguel, aunque a veces podía tocar una cumbia sobre amores prohibidos. No he conocido otro micro con tantos peluches. A los

Cumpleaños

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Me dijo que me amaba. Que solo pensaba en mí, de día y de noche, que soñaba con tenerme a su lado. Que, igual que el Quijote, dedicaba todas sus obras al gran amor, su querida Dulcinea, yo. Me dijo que algún día estaríamos juntos para siempre. Que lo nuestro era secreto, pero que algún momento se lo diría a todos. Eso sí, me amaba. Recuerdo sus manos. Recuerdo cómo me tocaba. Yo sentía un escalofrío, indefinible, entre el terror y la curiosidad. Él trataba de calmarme, susurrándome cosas incomprensibles al oído. Me visitaba varias veces por semana, y salíamos a escondidas de mis padres a pasear. Ellos, ingenuos, no sabían lo que hacíamos a escondidas. Recuerdo esa llamada. Avisaba de su matrimonio. Me encerré en el baño a llorar, sin poder calmarme, sin poder decirle a nadie lo que me sucedía. Recuerdo que fue a mi cumpleaños siguiente, con su nueva esposa. Mirarlo me hacía sentir vulnerable y sucia. Me trajo un regalo, una cajita musical hermosa, con una estampa de gatos -yo sie

Caja de fotos

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La fotografía está borrosa, pero todavía se ve un grupo de cuerpos (o lo que queda de ellos) momificados por el calor. Es imposible reconocer los rostros de esos hombres. Están cubiertos con unas telas. Hay una cara que parece mirar al fotógrafo, pero sus rasgos son más cercanos a los de un maniquí. —¿Es él? —pregunta mi abuela —No, creo que no. Sus cejas… sus labios parecen distintos. —¿Y en esta? Un grupo de soldados posan mostrando armas. En la parte de atrás se lee “Arsenal capturado a los bolivianos”. Son tan pocas armas... Hay cinco o seis fusiles como mucho. —Tampoco en esta. —Sigue buscando, sigue buscando. Debe estar en una de estas. Me dijeron que está acá. Saco otra foto de la caja. Solo se ve la calavera. El uniforme cubre el resto de huesos. Sus manos desaparecieron, su piel, su todo. Queda un despojo, un montoncito de algo que asemeja un cuerpo. A un lado, en el piso, está su sombrero. ¿Cómo saber si se trata de mi tío Samuel? —Creo que en esta tampoco

Lo que se esconde en las cajas: entrevista a Isabel Suárez

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Las cajas de zapatos suelen amontonarse en los cuartos con cachivaches que sirven para... ¿para qué sirven? Hay quien solo conserva apiladas sus cosas, quien guarda material de trabajo, quien usa las cajas para hacer casitas de muñecas. Isabel Suárez usa sus cajas como puertas a historias inesperadas. Son historias breves y condensadas que sorprenden por su equilibrio y visión. Por eso es que la buscamos para poder hacerle algunas preguntas en la serie de entrevistas a autores jóvenes bolivianos que tienes que conocer. Aquí, lectores, les presento a Isabel Suárez. En tu blog señalas que iniciaste la escritura a los quince años. ¿Hubo algún evento detonador que te llevó a esta exploración? La verdad es que sí y ahora contarlo resulta un poco vergonzoso porque estaba muy lejos de ser la escritora con la que soñaría unos meses después. Todo empezó en el colegio. Tengo una amiga, Fátima, con la que solíamos hablar mucho de chicos y típicas cosas de adolescentes, pero a nosotras

Dar la espalda al lector

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Para quienes somos lectores, la escritura parece algo sencillo: basta contar una historia, una buena historia, y ya. Cuando se está del otro lado, del que está queriendo construir una narración, la cosa es mucho más complicada. Hay muchas maneras de que todo salga mal y al final no se logre transmitir en la narración lo que se desea contar. Incluso autores que tienen mucha experiencia, una gran calidad de trabajo y muchas horas de esfuerzo, pueden cometer algunos errores en la narración que puedan tener un costo al final y no funcionar. El riesgo está en contar algo de un modo tal que no haya una justificación en la trama y que rompa con la burbuja del mundo de ficción creado por el autor. Un ejemplo de esto lo encontramos en el cuento “La emboscada”, de Rodrigo Urquiola Flores. El cuento está escrito desde la perspectiva de un narrador-testigo, alguien que es parte del mundo del relato y cuenta los hechos desde su punto de vista, que no es el personaje central, sino secundario. Y hast