La tarde del fin

Entramos en un edificio con muros de vidrio. La puerta se cerró detrás de nosotros y una voz tibia nos pidió mirar un lector digital para tomar la temperatura y confirmar la identidad.
Bienvenidos al centro de salud Uni25 de City. Les rogamos sentarse en la sala de espera que pronto llegará su asistente, dijo la voz.
Delante de nosotros se veía la sala blanca, con sillas blancas, separadas entre sí, y un perchero. La sala estaba vacía. Nos sentamos. Nos quedamos los dos en silencio. Lugares como esos son muy extraños, crean una sensación de incomodidad. Luego de unos cinco minutos llegó una joven vestida de blanco.
Señores Flores, es su turno, dijo.
Nos guió por una serie de corredores hasta el vientre del edificio donde había cuatro puertas. Abrió la tercera.
Buenos días. Soy la doctora Suárez y me haré cargo de su caso. Siéntense, por favor.
En la mesa se proyectaron una serie de códigos e imágenes en 3D.
¿Están seguros de su decisión? La medicina moderna ofrece muchas opciones y por lo que veo ninguno de ustedes muestra graves patologías o alteraciones. De hecho, se ven saludables y en condiciones óptimas.
Lo hemos pensado mucho, pero no vemos ninguna razón para seguir vivos, dijo Oscar.
Veo en su archivo que perdieron hace poco a su hijo. Quizás sea eso lo que está condicionando su decisión… Les recuerdo que podemos aplicar el sistema de clonación para que vuelva a la vida, y eso les permitirá mantener el número de familiares.
Conocemos el sistema. Lo hemos ya usado. Es la cuarta vez que lo perdemos. La primera vez murió en un accidente de auto y fue una experiencia terrible. Yo nunca antes había sentido tanto dolor, no sabía que la tristeza pudiera provocar tanto dolor físico. El nuestro fue uno de los primeros casos donde se aplicó la clonación de Estado, y lo volvimos a tener. Pero cuando llegó a la misma edad volvió a morir, esta vez atragantado con un trozo de pan. La tercera vez murió por un resbalón en la ducha. Se golpeó en la sien. Nos dimos cuenta solo por la tarde, cuando volvimos a casa. Ya estaba rígido. En fin. Esta es la cuarta vez. Hemos decidido dejarlo ir. E irnos con él.
¿Están seguros? Perdonen mi insistencia, pero es parte del protocolo. Ya nos han tocado varios casos de personas que se arrepintieron a última hora o usaron el sistema para tratar de escapar al rastreo fiscal.
Mire, doctora, yo ya he cumplido doscientos ochenta y siete años, y mi esposa no tiene muchos menos. Hemos visto cosas increíbles. Vimos cómo se creó el sistema, cómo nuestras vidas se alargaron y cómo llegaron a este punto de eternidad. Vimos los lanzamientos de las naves exploradoras y la creación del sistema de clonación. Pero a medida que pasan los días y los años…
Hemos perdido el sentido lo interrumpo. Ya no sabemos quiénes somos o éramos. Hubo un tiempo en que era posible morir. A estas alturas anhelo saber qué pasará después. Ya no quiero estar viva. Estoy cansada.
Lo entiendo dijo la doctora, sin convicción y con un tono casi metálico. Cada vez sucede con más frecuencia. De hecho, dentro de poco tendremos problemas con el aumento de pérdidas fiscales. No sé por qué está sucediendo. Hicimos lo posible por mejorar la calidad de vida y su duración y sostenimiento, pero cada vez más personas piden este servicio. En fin. Por favor, pongan sus huellas en el documento para confirmar su intención y para desvincular nuestra responsabilidad.
Oscar me miró. Me dio un beso en la frente. Te amo, te he amado siempre, me susurró. Puso su huella en la máquina y yo también lo hice.
Bien, señores. Como ustedes saben, en cuanto se procese la información apagaremos el sistema de soporte vital. Que tengan un buen día.
Salimos del edificio. Caminamos por el parque del ingreso. Nos sentamos en un banco y vimos un rato las nubes que se movían lentamente con el viento suave de la tarde. El cielo tomó el tono amarillo glorioso del ocaso. Sentí un escalofrío. Oscar me abrazó con fuerza.
Te ves hermosa, dijo. Le sonreí.



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