Hambre

Cerca al final del canto XXXII, Dante se había tropezado con la cabeza de un hombre enterrado que estaba royendo la cabeza de otro hombre. Sorprendido y asqueado por el hallazgo, Dante pide al hombre que le cuente su historia. La bocca sollevò dal fiero pasto / quel peccator, forbendola a’ capelli / del capo ch’elli avea di retro guasto. / Poi cominciò: así da inicio al nuevo canto, el XXXIII, donde este personaje suelta la cabeza del otro al que estaba masticando y se limpia la boca con los cabellos de su víctima para contar su drama. Se trata del conde Ugolino della Gherardesca, un personaje clave en la política de la vida toscana en el siglo XII, que estaba royendo la cabeza del arzobispo Ruggieri. El conde había sido capturado por el arzobispo y encarcelado en la Torre della Muda junto con sus cuatro hijos.

Aunque se trata de un evento real, muchos de los detalles fueron transformados para lograr un mayor efecto dramático en la obra. En el texto, Ugolino relata que tuvo un sueño premonitorio en el que el arzobispo daba caza a un lobo y sus crías con perras famélicas, que luego herían los costados de los fugitivos. Al despertar, oyó llorar a sus hijos y pedir pan. A la hora en que normalmente llevaban la comida a la celda, sintió que se cerraban las puertas de la torre. Ugolino se da cuenta de lo que va a pasar, pero no es capaz de decirlo todavía.

Al final del día, cuando ya caía el sol, se mordió las manos con desesperación porque sabía que no podía hacer nada. Sus hijos creyeron que se mordía por hambre, así que le ofrecieron sus cuerpos para ser comidos (Padre, assai ci fia men doglia / se tu mangi di noi: tu ne vestisti / queste misere carni, e tu le spoglia, “Padre, más corto será el duelo si comes de nosotros: Tú que vestiste nuestra carne, desnúdala”). Ugolino trata de parecer calmado para no entristecerlos, pero piensa, mientras tanto: ahi dura terra, perché non t’apristi? (“Ay dura tierra, ¿por qué no te abriste?”). Al cuarto día de hambre, Ugolino vio caer a sus pies a Gaddo, que murió tras decir Padre mio, ché non m’aiuti? (“Padre mío, ¿por qué no me ayudas?”). Luego vio morir uno por uno a sus otros hijos. Ugolino, ciego de hambre y dolor, se acercó a sus cuerpos llamándolos, invocándolos. El fragmento se cierra con la ambigua frase Poscia, più che ‘l dolor, poté ‘l digiuno (“más que el dolor pudo el ayuno”).

Mucho se ha escrito sobre esta frase, si encierra una sugerencia de antropofagia o de muerte. O quizá no se trata tan solo de una exploración de los límites de los personajes ante el hambre, sino también del lector frente a la posibilidad del canibalismo. Todo el fragmento tiene referencias a la boca, al comer, al desgarrar, a lo brutal. Quizá sea una forma de incitar a que pensemos en Ugolino haciendo con sus hijos algo similar a lo que hacía con la cabeza del arzobispo Ruggieri.

Aquí Doré hace un retrato de grupo con mordisco. Me impresiona el cuerpo que diseña para Ugolino mientras sostiene al arzobispo Ruggieri. Como si en lugar de morir de hambre hubiera muerto por excesos en el gimnasio.

Otro autor que ha explorado el impacto del hambre en el comportamiento de sus personajes a fondo es Saramago en el Ensayo sobre la ceguera. En la novela, un hombre queda detenido frente a un semáforo porque quedó ciego de golpe. No puede avanzar. Un hombre se ofrece a llevarlo a casa, y le roba el auto. Al poco tiempo, este segundo hombre queda ciego: así, una epidemia de ceguera comienza a extenderse por la ciudad.

La obra puede dividirse en dos partes, una primera de encierro de los personajes que quedaron ciegos en un hospital psiquiátrico abandonado, y una segunda en la que toda la ciudad, todo lo que rodea a los personajes, está ocupado por la blanca ceguera.

En la primera parte, los primeros enfermos de ceguera son recluidos en el manicomio con la intención de mantenerlos en cuarentena y tener tiempo para poder descubrir cómo vencer la enfermedad y evitar su contagio. Hay dos salas, una en la que están los enfermos y otra en la que están las personas que estuvieron en contacto y se sospecha que pueden desarrollar este mal. Tienen prohibido salir del hospital bajo pena de muerte, y se les entregará comida una vez al día. Eso, por supuesto, es más fácil decir que hacer: al ser todos ellos ciegos, llegar a la comida, repartirla de forma más o menos equitativa, ir al baño o enterrar sus muertos se convierten en trabajos inmensos, que implican alguna forma de organización social para poder resolver estos problemas, mientras que siguen llegando nuevos pobladores al recinto que deben adaptarse a las normas y formas de trabajo. Como en todas partes, hay quien quiere aprovecharse de las circunstancias: llega un ciego que ya lo era antes de la enfermedad, que sabe moverse en las sombras y que se adueña de la comida, y pedirá bienes, beneficios, y hasta sexo, a cambio de dejar que los demás accedan a la comida.

Habrá una revuelta, habrá redistribuciones, asesinatos, asaltos, que terminan en el incendio del manicomio abandonado a su suerte cuando deje de llegar la comida. Y es que para entonces la ceguera ha cubierto toda la ciudad. En este nuevo escenario lo que prima es la escasez de alimentos y la podredumbre. Hasta los perros dejaron de ser serviciales a los humanos, se retorna a un estado cuasi primitivo de búsqueda de cubrir las necesidades básicas dejando de lado la sofisticación ganada con la tecnología y la cultura.

Saramago somete a torturas atroces a sus personajes. Los revela, los empuja a tomar decisiones difíciles y a actuar movidos por las urgencias más básicas y primarias de los humanos: la decencia y la dignidad son un lujo de pocos. Logra mostrarnos quién es quién sin necesidad de ponerles nombres ni rostros, sino descripciones extremadamente genéricas: el primer ciego, la mujer del médico, el niño estrábico, la mujer de las gafas oscuras, nombrando sin nombrar pero permitiendo que lo que destaque es su forma de reaccionar y enfrentar los problemas, de resignarse o de luchar. Usa el hambre para mostrar la última esencia de los personajes, haciéndonos testigos y cómplices en su sufrimiento.


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Este es un adelanto de un ensayo que estoy escribiendo sobre el uso de gastronomía y hambre en la definición de personajes. La versión que tengo de La Divina Commedia ha sido publicada en 1988 por Casa Editrice Felice Le Monnier. Está en vulgar, en italiano antiguo, y me llegó gracias a mi santo padre Savino De Marchi que sabe escogerme cosas bonitas. En cuanto al Ensayo sobre la ceguera, tengo una preciosa edición pirata que alguien se dejó olvidada en la biblioteca que teníamos en casa. Saben que se puede encontrar en casi todas las librerías, ¿cierto?

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