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La Nave del Olvido

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Richard era entonces el más guapo de los choferes de la línea D. Estaba detrás del volante de La Nave del Olvido IV. Moreno, con el cabello rizado, musculoso, era un perfecto chamagalán. Su micro pasaba siempre a las siete de la mañana. Era el que recogía a todos los estudiantes que íbamos al colegio. Richard dejaba subir gratis a las quinceañeras. Si tenías una minifalda o un escote pronunciado, te daba cambio de más. A ambos lados del volante tenía unas agendas pegadas en el parabrisas, llenas de anotaciones de números de teléfonos. La decoración era algo espectacular: tenía unos ocho espejos retrovisores, en diferentes alturas, en los que podía siempre mirarse y mirar a las pasajeras. Esperaba a que se estableciera un mínimo contacto visual, y en el espejo te decía “para vos mamacita” y ponía una pieza especial en su reproductor. En general, Ricky Martin o Luis Miguel, aunque a veces podía tocar una cumbia sobre amores prohibidos. No he conocido otro micro con tantos peluches. A los

Trenzas de alquiler

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Acabábamos de visitar el Palacio Portales cuando Katherine Pancol nos propuso a Cristina y a mí que aprovecháramos lo poco que quedaba de luz para visitar “la Cochabamba real”. Había llegado por la mañana y solo estaría un día en la ciudad. Por la noche tendríamos la presentación de su trilogía Muchachas, así que no podíamos perder tiempo. Tomamos, pues, un taxi hacia la terminal de buses para luego entrar a La Cancha. La verdadera Cochabamba es el mercado. Mi hija y yo vivimos un buen tiempo cerca del mercado, así que acabé por hacerme amiga de muchas caseras. No teníamos mucho dinero por entonces, así que los fines de semana nos íbamos a perder entre las callejuelas de La Pampa como quien va a un parque de diversiones. Por esas mismas calles llevé a Katherine. Foto de Cristina Canedo Caminamos mucho entre largos pasillos de pantalones, pantaletas y pimentones. A cada rato me volvía para ver a Katherine. Sabía que había nacido en Marruecos, pero no qué tanto acostumbra camin

La historia de Kurt Wörner

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Kurt Wörner Pfund llegó a Bolivia en 1929 con un contrato de la Casa Junkers para construir aviones, repararlos y enseñar a pilotarlos. Bolivia había recibido poco antes el primer avión de su historia, donación de la colonia alemana: un Junkers con un motor BMW de 185 Hp. Este avión se convertiría en el primero de una flota que cambió la cara de Bolivia. Los primeros vuelos se pensaron para poder unir el oriente del país con servicio de pasajeros y de correos. Se pasó a viajar en tan solo tres horas lo que tomaba unos quince días recorrer por tierra. Además, permitió hacer exploraciones aéreas para diseñar el nuevo camino que uniría a Cochabamba con Santa Cruz y buscar fuentes de agua que pudieran abastecer Cochabamba. Se escogió una laguna encontrada por la cordillera, llamada Misicuni. Wörner trabajó en la Escuela de Mecánica y Pilotos de Aviación, recién creada por el Lloyd Aéreo Boliviano, estableciendo un canon de seguridad y de calidad que serían claves en el desarrollo de la