Ruido



A inicios del año tuve un burnout. Llevaba buen tiempo trabajando en una cocina industrial, un burger, donde el trabajo era supervisado con segundero y todos los equipos tenían temporizador con alarmas. Mi contrato era de 18 horas semanales pero normalmente hacía unas 40 horas en turnos que podían iniciar a las siete de la mañana y terminar a las cinco y media de la mañana siguiente. Estaba tan cansada que era incapaz de leer, de escribir, de pensar. Tenía la sensación de ser habitada por otra persona, que no era yo, que estaba en lucha conmigo. Había demasiado ruido en mi cabeza. Cada día lloraba camino al trabajo, y lloraba durante el trabajo, y lloraba de regreso del trabajo. Cuando dormía, soñaba que lloraba en el trabajo.

Pedí ayuda a mi médico de cabecera. Me recomendó tomar unas pastillas, ansiolíticos y antidepresivos en dosis mínimas para controlar los malestares. No soy fan de tomar psicofármacos, así que estaba indecisa; pero justo entonces me ofrecieron un puesto en el supermercado que está cerca de casa. Acepté el nuevo trabajo y renuncié de inmediato al burger.

Y entonces se me vino la debacle, el acabose, el yanomás. Y es que, aunque lo odiaba, podía prever lo que sucedería cada día en la cocina, y me sentía útil, y trabajaba en equipo, y sabía que mis compañeros contaban conmigo. Entre la sensación de culpa y el ansia por el cambio me vino un burnout que para qué. No podía dejar de llorar ni moverme ni levantarme de cama. Así que decidimos en casa que era mejor tomar las pastillas.





No recuerdo haber dormido tanto en mi vida. Iba a trabajar temprano, llegaba a casa a almorzar y a veces incluso antes de terminar de comer ya necesitaba irme a la cama, y dormía hasta la hora de volver al supermercado. Por la noche, igual.

No recuerdo mucho de mis primeros días de supermercado. Lo que recuerdo es que había un silencio muy extraño, porque si bien no estaban los pensamientos intrusivos o confusión de los últimos días, tampoco estaba yo, ni nada que se pareciera a mí: se había apagado el diálogo permanente que hay entre las ideas que compiten en mi mente. Había un gran vacío, un agujero negro que se había tragado palabras, ideas, miedos, todo todito.  

Trabajé como autómata varias semanas hasta aprender mi nuevo oficio y crear una nueva rutina, y luego, poco a poco, retiramos los psicofármacos. Los efectos colaterales me duraron varios meses: mareos, vista desenfocada y desajuste emocional (es decir, más lágrimas).

¿Y ahora?

Soy autista. Percibo el mundo de un modo distinto al mayoritario y reacciono también de forma anómala ante los estímulos. El modo en que percibo el mundo es tan intenso que me agoto muy pronto. Tengo una comprensión del lenguaje bastante literal, lo que me lleva a bastantes confusiones. No soy buena para entender las convenciones sociales y el lenguaje no verbal. Digo lo que pienso y no siempre pienso lo que digo. Sufro de ataques de ansia y pánico y, cuando tengo sobrecargas sensoriales, puedo entrar en crisis, en burnout. No es algo nuevo: es algo que me ha pasado desde siempre, pero solo ahora sé la causa. Y sé también que nada de esto desaparecerá, que debo convivir con estos dolores. 

Es tentador, muy tentador, quedarse en el silencio reconfortante de las pastillas. Pero ese silencio me hace perder la otra parte de mi condición: la que me permite ver antes la aguja que el pajar, la que me permite tener diálogos interiores, la que me hace conocer un mundo lleno de detalles inesperados y que parecen abrirse para que los descubra. La parte que hace que tenga intereses especiales y absorbentes que me permiten buscar obsesivamente información sobre un argumento particular. La que me permite escribir. 

Las pastillas fueron de gran ayuda y creo que no habría logrado salir tan rápido de la crisis sin ellas, pero hay cosas que no se pueden negociar. Estoy convencida que se debe evaluar caso por caso: cada cuerpo, cada sistema nervioso es distinto y hay que evaluar qué se gana y qué se pierde con el uso de psicofármacos: no son caramelitos de menta. En mi caso, si no puedo escribir, mi vida es peor que con ataques de ansiedad y burnout.

Ahora, ya pasados algunos meses de la crisis, hay de nuevo ruido en mi cabeza. He retornado a la lectura y a la escritura. Cuando puedo, salgo a caminar para tomar fotografías. 

No sé qué pasará en los siguientes días. Todavía no estoy totalmente recuperada, me canso con mucha facilidad. Tengo de nuevo ataques de pánico. Pero también sé que prefiero tenerlos que no tenerme a mí. 

Comentarios

  1. Sin embargo, un diamante es valioso por sus facetas, por ser unico, por ser de esa amalgama de carbon y presión que han derivado en uno de los materiales mas buscados para representar la durabilidad. A mi mi agrada mucho mas el bamboo, un diamante de bamboo.

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  2. Yo no puedo literalmente vivir sin medicación.

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    1. Eso es importante. Digo, se debe evaluar caso por caso, y ver qué es más adecuado para cada una, para cada uno, para cada situación. En mi caso, eran más las desventajas que las ventajas - a largo plazo. Pero no podría haber pasado ese momento sin tomarlas.

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