Sobre “Un río que crece”, observaciones preliminares (Cardumen)

Salí del velorio un poco aturdida. He descubierto que tengo la capacidad de meter la pata y decir cosas inapropiadas en los velorios, y que esa capacidad aumenta proporcionalmente al tiempo que paso sentada mirando al finado, así que salí casi huyendo cuando sentí ganas de comentar sobre el uniforme de los encargados del salón.

Caminé por la calle Man Césped con la intención de irme a casa, pero por las prisas de salir de las flores y el muerto, las velas y los pésames, había olvidado ir al baño. Como estaba cerca del centro de convenciones “El Portal” fui para usar el sanitario. Y pues nada, que me encontré en la puerta con una amiga que estaba organizando justo allí la presentación del libro publicado por ASOBAN, como forma de celebración de su 60 aniversario, Un río que crece: 60 años en la literatura boliviana (1957–2017).

Para entrar había una especie de laberinto, donde se colgaron detalles de la historia de los bancos nacionales más algunos objetos antiguos. Luego, en el salón principal, me senté atrás al fondo a la izquierda: no conocía a nadie. Más tarde llegó Luis Carlos, cosa que me alivió mucho. Ya éramos dos desconocidos. Por lo que supimos, habían invitado a varios escritores locales para esta presentación, pero fuimos muy pocos. La fecha coincidió con el inicio de la feria del libro, así que entiendo que los autores convocados prefirieran una actividad más libresca y menos bancaria.

El salón se llenó lentamente de hombres con traje gris. No es mi intención hacer una parodia del Natalio Ruiz de Sui Generis, sino de considerar un fenómeno mimético.

Al inicio, verlos a todos así, vestidos todos de traje gris, lentes y peinados idénticos, me hizo pensar en las cebras. Las rayas negras sobre su pelaje blanco tan característico no tiene como fin camuflarse con el paisaje, sino entre sí, tal como lo hacen los peces. De hecho parecían un banco de teleostóceos, en un efecto mimético como forma de defensa de los grandes predadores… pero ¿cuáles serían estos predadores? ¿El Estado, la oficina de impuestos, los abogados? ¿o más bien se trata de un mimetismo en búsqueda de identificación con los grandes alfas de la jerarquía bancaria?

Lo cierto es que estábamos allí Luis Carlos y yo tratando de pasar desapercibidos, como un par de mandriles ocultándose entre cebras. De alguna manera teníamos en la cara y en la ropa la honestidad monstruosa del Autorretrato de Saúl Montaño. Quizá por eso los bancos de banqueros se arremolinaban a nuestro alrededor y nos miraban de lejos, tratando de no hacer contacto visual, tal como lo hacen las sardinas que se alejan de los peces vela o los tiburones.

Aquí podemos ver, a la derecha, a Luis Carlos mientras perseguía a la muchacha con la bandeja de camarones.

En otro momento hablaré de Un río que crece, preciosa edición de ASOBAN, y de Autorretrato, de Saúl Montaño, publicado por la editorial Nuevo Milenio.

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