El polvo de los muebles

(Texto leído durante las III Jornadas de Literatura Boliviana, en el marco de la XXI Feria Internacional del Libro de La Paz, 2016)

I. Dedales

Dedal. De.dal
[Del lat. digitāle, de digĭtus, ‘dedo’] 
1. m. Utensilio pequeño, ligeramente cónico y hueco, con la superficie llena de hoyuelos y cerrado a veces por un casquete esférico para proteger el dedo al coser.
2. m. dedil (funda para proteger el dedo).
3. m. Beso.

Los dedales se hicieron de muchos materiales y con distinta rigidez. Antiguamente se hacían de cuero, pero también se hicieron de plata. Era un objeto bastante común. En La novela de la gitanilla, la primera de las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes, una de las doncellas que se encontraba en casa de doña Clara intercambia un dedal por una lectura de la buena suerte. Tras la carrera loca organizada por el dodo, Alicia se pone un dedal como corona a modo de premio. Pulgarcito se esconde en un dedal de su padre, un sastre, para huir de las palizas de su madre en el cuento de los hermanos Grimm, mientras que en otras versiones usa un dedal como vaso.

¿Qué hace que un objeto tan cotidiano perdure?

II. Una pequeña desviación.

Hace catorce años trabajé en un supermercado en Italia. Janusz, un compañero de trabajo polaco, me regaló un libro de Wisława Szymborska, Paisaje con grano de arena, una antología de sus obras hasta 1995. Uno de los poemas que me significaron una revolución es La alegría de escribir. Aquí está en versión de Jerzy Skvomirsky y Ana María Moix.

¿Hacia dónde corre por el bosque escrito el ciervo escrito?

¿A saciar su sed a orillas del agua escrita
que le calcará el hocico cual hoja de papel carbón?
¿Por qué alza la cabeza?, ¿ha oído algo?
Sobre sus cuatro patas, prestadas por la realidad,
levanta la oreja bajo mis dedos.
Silencio — palabra que cruje en el papel
y separa las ramas que brotan de la palabra «bosque».

A punto de saltar sobre la página en blanco acechan
letras que acaso no congenien,
frases tan insistentes
que consumarán la invasión.

Una gota de tinta contiene una sólida reserva
de cazadores, apuntando con un ojo ya cerrado,
preparados para el descenso por la pluma empinada,
para cercar al ciervo y llevarse el fusil a la cara.

Olvidan que esto, lo de aquí, no es la vida.
Aquí, negro sobre blanco, rigen otras leyes.
Un abrir y cerrar de ojos durará cuanto yo quiera,
se dejará fraccionar en eternidades minúsculas
llenas de balas detenidas en pleno vuelo.

Nada sucederá si yo no lo ordeno.
Contra mi voluntad no caerá la hoja,
ni una brizna se inclinará bajo la pezuña del punto final.

¿Existe, pues, un mundo
cuyo destino regento con absoluta soberanía?
¿Un tiempo que retengo con cadenas de signos?
¿Un vivir que no cesa si éste es mi deseo?

La alegría de escribir.
El poder de eternizar.
La venganza de una mano mortal.


III. Caza

Ca.za
1. f. Acción de cazar.
2. f. Conjunto de animales no domesticados antes y después de cazados.
Cazar viene del latín captāre, ‘intentar coger’, ‘tratar de alcanzar’.

Szymborska describe una caza a rececho. El cazador debe aproximarse con cuidado, seleccionar la presa (la caza) y acercarse contra el viento para que el ciervo no sienta su olor. Se debe conocer bien el terreno para no cometer errores. En general, esta forma de caza mayor suele hacerse en grupos relativamente pequeños, donde uno de los cazadores suele ser un guarda forestal, alguien que sepa qué especies pueden cazarse para mantener el número de ejemplares. Esta forma de caza tiene solo un fin: obtener un cuerpo, una cabeza que exhibir como trofeo.

Pero hay en el poema otra cacería hecha de palabras, tinta y espacios en blanco. En esta caza, lo que importa es la selección de las palabras, abordarlas conociendo el terreno que se pisa o que se quiere construir. Esta construcción de terreno permite salvar la presa, conservarla viva hasta que no se haya pronunciado la palabra muerte. Se detiene el tiempo y ese ciervo estará por siempre con las orejas rizadas atento al sonido de los pasos sobre la hierba del cazador.

Esta pequeña eternidad es la que conserva los dedales. En un tiempo en que el bordado es una actividad que se lleva a cabo casi únicamente entre escolares (en algunos colegios sigue además siendo una actividad femenina) y donde ya casi ni los sastres hacen prendas de forma manual, el dedal tiene la potestad de aparecer en los cuentos de hadas, pero desprovisto de su función de protección. Es como una cabeza colgada sobre la chimenea.

IV. Las presas

Viví largo tiempo cuidando a mi abuela. Mientras ella dormía, a modo de quitar el polvo de los muebles me dediqué a conocer el terreno. Aprovechaba de su ausencia temporal para organizar sus estantes, los montones de latas de galletas y los cuartos de depósito.

Encontré varios escondites donde mi abuela dejaba libros escolares de cuando era niña, recetarios, agendas, periódicos, diccionarios.

Comencé organizando las latas que se encontraban cerca de su máquina de coser, una Singer negra a pedal. Había muchos repuestos, hilos, agujas para la máquina y muchísimos dedales, algunos antiguos y otros modernos.

Luego pasé a organizar los libros. Mientras los hojeaba, encontré que en casi todos ellos había listas. Eran hojas sueltas, amarilladas por el tiempo, con la lista de sus hijos, sus nietos y a veces bisnietos. Como título, en casi todas las hojas ponía “para recordar” o “no debo olvidar”. Las listas más antiguas estaban bastante completas; tenían a sus cinco hijos y los dieciocho nietos con las fechas de nacimiento para mandar saludos en los cumpleaños.

A medida que su enfermedad se iba agravando, su letra se deformaba, las hojas se hacían más blancas y los nombres también. En algunas, repetía a sus nietos. En otras dejaba espacios vacíos porque recordaba que alguien debía estar allí. Se podía ver en medio de los garabatos de sus letras el sufrimiento por no poder tener a la mano el nombre de las personas amadas.

Escribir estas listas era un gesto de amor. Un amor que resistía a los recuerdos que se estaban disolviendo junto con sus neuronas, pero que no era capaz de tender el puente químico que enlazaba la memoria. Trataba de cazar los nombres, pero estaba con el viento en contra, y las presas se escapaban de su alcance.

En estas listas no se eternizaban los nombres de los seres amados, sino sus intentos de eternizar.

V. Trofeos

La escritura, en principio, es un proceso simple. Uno lee y escribe; se lee más, se escribe más. En la escritura inevitablemente se filtran las lecturas, tanto por el dominio del lenguaje como por algunas exploraciones, temas o ritmos. "La originalidad", dice Marvin Bell, "no es otra cosa que una amalgama nueva de estas influencias".

Quizá esta originalidad también se encuentre en otras lecturas no tan habituales. Quizá una parte de esa amalgama se halle en los objetos, las latas de hilos, los papelitos que se dejan en los libros, el polvo sobre los muebles, que también son lecturas que pueden enriquecer el arsenal del escritor.

Volviendo al poema de Szymborska, en las últimas líneas se pregunta: ¿Existe, pues, un mundo / cuyo destino regento con absoluta soberanía? / ¿Un tiempo que retengo con cadenas de signos? / ¿Un vivir que no cesa si éste es mi deseo? No propone afirmaciones tácitas de que esto sea posible, sino preguntas. Szymborska también está de cacería para tratar de encontrar trofeos en el mundo retenido por la tinta. Un trofeo ya no de muerte, sino de pequeña eternidad abarcable en una lectura y alcanzable en la relectura.

A pesar de su desaparición como objeto cotidiano, los dedales lograron sobrevivir en el tiempo. Siguen presentes en Alicia, en Peter Pan, en Pulgarcito, en la novela de la gitana.  La posibilidad de aferrar la presa está presente en la pequeña eternidad que confiere el texto releído. La venganza contra el tiempo, y contra la disipación de los nombres y cosas, es posible en cuanto siga habiendo lectores y relectores. El trofeo podría ser un libro, podría ser un poema, o quizá un dedal usado como corona.

Tal vez sea por eso que conservo todos los libros de mi abuela, todas sus listas, al igual que todos los dedales. Son los ciervos que ven detenidas las balas al vuelo.



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