El fuego y la inmortalidad

Gilgamesh de Uruk, el mayor rey de la Tierra, que era dos partes dios y una parte humano, era el más fuerte semidiós que jamás haya existido. Solo que además de fuerte era impetuoso. Y eso le costó caro.

Cuando Enkidu, su amigo y cómplice, murió como castigo por matar a Humbaba y al Toro del Cielo, Gilgamesh se lanzó a la aventura para buscar a Utnapishtim y su esposa, los únicos humanos que sobrevivieron a la gran inundación y que habían recibido de los dioses el don de la inmortalidad, con la esperanza de obtener también este don. Pasó pues por las dos montañas de donde se levantaba el sol, donde se encontraban los dos seres escorpión, guardianes del ingreso a la oscuridad. Al final del túnel llegó a una tierra donde los árboles no tenían hojas sino joyas para hablar con Siduri, la tabernera que vive en una de las orillas del mar de los muertos, y contarle su propósito. Siduri le envió a Urshanabi, que llegó con unos gigantes de piedra tan monstruosos que Gilgamesh los mató de inmediato por el susto. Grave error, porque esos gigantes eran los únicos seres que podían atravesar las aguas de la muerte, que no debían ser tocadas por humanos. Gilgamesh entonces construyó una embarcación hecha con 120 remos para atravesar el agua. Cuando llegó a la isla donde vivía Utnapishtim, le pidió ayuda para obtener la inmortalidad. Utnapishtim le dijo que era inútil combatir el destino de los humanos, y le dijo también que eso le arruinaría la alegría de vivir; pero Gilgamesh no lo escuchó.

Utnapishtim lo retó entonces a permanecer despierto seis días y siete noches; pero en cuanto terminó de decirlo, Gilgamesh se durmió. Y durmió los seis días y las siete noches. Utnapishtim decidió echarlo de la isla para que regrese a Uruk, pero su esposa lo convenció para que perdone a Gilgamesh. Le contó, entonces, que en el fondo del océano había una planta que lo haría joven de nuevo. Gilgamesh se embarcó de nuevo, y en el medio del mar se ató unas rocas a los pies para llegar al fondo y tomar la planta.

Cuando llegó a tierra firme dejó la planta en la orilla para bañarse. En ese momento una serpiente pasó y se la robó, perdió su piel vieja y renació joven y más fuerte. Gilgamesh se puso a llorar: por su culpa los humanos no serían nunca inmortales.

Esta historia es parte de la Epopeya de Gilgamesh, la obra épica más antigua de la que se tenga un registro escrito.

Aquí se llega a la otra historia, la del gran rey Asurbanipal, el mayor rey del mundo conocido, y el último gran rey de Asiria. Segundo hijo de Esarhaddon, se suponía que estaba destinado a ser sacerdote y administrador, pero su hermano mayor murió y heredó el trono. Fue el primer rey de la historia en saber leer y escribir –no solo, sino que además lo hacía en tres idiomas: sumerio, acadio y arameo–, y era muy admirado por su inteligencia y sabiduría. Bajo su mando, Asiria llegó a su máxima extensión y esplendor, no solo por su poderío militar, sino por su interés en la cultura y las artes.

De joven, Asurbanipal fue aprendiz de escriba en la biblioteca que había fundado varios siglos antes el rey Sargón II en la ciudad de Nínive, donde se almacenaban algunas tablillas de arcilla de información administrativa, escrita en cuneiforme. Una vez que llegó al mando, usó su ejército para obtener tablillas de todas las tierras conquistadas y organizó la biblioteca más grande de la antigüedad. Se tomó el tiempo para clasificar la información y de copiar incluso textos en otros idiomas. Entre sus más de 22.000 tablillas se encontraban textos de gramática, diccionarios, listas de ciudades, tratados de matemática, astronomía, magia, ciencia, arte, historia y literatura. Una de las obras más importantes de esta biblioteca es justamente la Epopeya de Gilgamesh.

Después de la muerte de Asurbanipal, los babilonios arrasaron Nínive. El (nuevo) rey babilonio, Nabopolasar, ciego por el deseo de no dejar huella de lo que fue el reinado de Asurbanipal, ordenó quemar el palacio. Y eso, ese impulso destructor, el fuego rabioso babilónico, fue lo que salvó a la biblioteca: las tablillas de arcilla se cocinaron en el fuego y se mantuvieron intactas hasta que en 1847 un joven viajero, un tal Austen Henry Layard, descubrió las ruinas de la ciudad de Nínive.

¿Qué mayor belleza puede haber que la de un fuego que destruye y que preserva la historia inmortal de un mortal?

Aquí vemos una postal asiria en 3D del rey Asurbanipal venciendo a un león con las manos. Típico.


Se puede encontrar la Epopeya de Gilgamesh en casi todas las librerías y bibliotecas. La versión que tengo en casa es la de Penguin Clásicos. Si quieres revisar las tablillas, puedes visitar la biblioteca digital que se encuentra en este enlace. Hay varios cursos online para aprender idiomas antiguos, como este curso donde enseñan el cuneiforme. Hay además una base de datos sobre idiomas antiguos disponible en este enlace.
Por último: hay una nueva versión de este artículo en italiano en mi nuevo blog, aquí.

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