De la podredumbre

El arte es esencialmente experimentación. Es un juego, uno muy serio, por lo que no se lo puede tomar en serio. En este juego se proponen reglas y límites privados para luego transgredirlos con creaciones estéticas o rupturas salvajes. Es un microcosmos privado de comprensión de realidades, de percepciones sensoriales y de exploración de las cosas que son importantes para cada autor.

En este poemario peculiar y sucio hay un tiempo de la historia que no se iguala nunca al tiempo del relato. Es una mirada que nunca pasa y nunca inicia: se marca repetidamente el inicio del acto i, cuadro i, escena i, como una obra lista para ser representada pero nunca puesta en escena.

En esta obra, en este intento de representación de una realidad que no inicia, Hablar es un acto inhumano. Las palabras, que supuestamente nos diferencian de otras especies animales y nos hacen lo que somos, son también el campo de la confusión, del malentendido, de la demostración que su sofisticación (o ausencia de sofisticación) no permite el contacto real de las personas, sino más bien solo resulta eficaz en cuanto aísla. 



Las frases que nos conectan son las automatizadas, como la que suena en cuanto se pone marcha atrás: Atención: este auto está retrocediendo permite una mejor comprensión que los versos atomizados de un poema. Quizá por eso Gatica propone que desde que escribo ya no soy tu hijo: se necesita romper con esa automatización para ser uno mismo, al mismo tiempo que se pierde esta relación profunda con el conjunto. La palabra, pues, es peligrosa. Por ello el poeta propone: A veces imagino a la palabra como una cinta gore que no para de rodar en mi cabeza; como un dispositivo, como un cuchillo en 16 milímetros abriéndose paso entre un mar de carne descompuesta.

Mauro Gatica a estas alturas ya tiene un sello personal, personalísimo, a la hora de enfrentar la escritura de sus textos. En su propuesta se mezcla el placer, el deseo, el asco y lo sucio. Busca producir un efecto fuerte y no busca transmitir solo belleza y finura, ya que el dolor se hace necesario como necesaria se hace a ratos la catástrofe y su escombro. Y es que no se aprende tanto de lo que se parece a uno, sino de aquello que es diferente, de la caída, del dolor y también, ¿por qué no?, de la podredumbre. Esto lo convierte no en un libro bello o edificante, sino en uno necesario.

Aquí una imagen de Gatica. Si lo encuentra, salga huyendo o tómense un café juntos. 

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