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Cumpleaños

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Me dijo que me amaba. Que solo pensaba en mí, de día y de noche, que soñaba con tenerme a su lado. Que, igual que el Quijote, dedicaba todas sus obras al gran amor, su querida Dulcinea, yo. Me dijo que algún día estaríamos juntos para siempre. Que lo nuestro era secreto, pero que algún momento se lo diría a todos. Eso sí, me amaba. Recuerdo sus manos. Recuerdo cómo me tocaba. Yo sentía un escalofrío, indefinible, entre el terror y la curiosidad. Él trataba de calmarme, susurrándome cosas incomprensibles al oído. Me visitaba varias veces por semana, y salíamos a escondidas de mis padres a pasear. Ellos, ingenuos, no sabían lo que hacíamos a escondidas. Recuerdo esa llamada. Avisaba de su matrimonio. Me encerré en el baño a llorar, sin poder calmarme, sin poder decirle a nadie lo que me sucedía. Recuerdo que fue a mi cumpleaños siguiente, con su nueva esposa. Mirarlo me hacía sentir vulnerable y sucia. Me trajo un regalo, una cajita musical hermosa, con una estampa de gatos -yo sie

El último búfalo de las praderas

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He vuelto a leer la novela El vino del estío, de Ray Bradbury. En ella, Doug (el personaje central) y otros niños descubren una máquina del tiempo que lleva solo al pasado. Esa “máquina” es el anciano coronel Freeleigh. Los niños se le acercan y escuchan absortos sus historias de la guerra de secesión, de los grandes ejércitos del norte y del sur o de la masacre de los búfalos de las praderas que presenció en sus viajes junto a Buffalo Bill. En un mundo en continua transformación, la máquina del tiempo se queda inmóvil para siempre con sus recuerdos del funcionamiento de las cosas que, en la mente de los niños, tiene un gusto a mundo recién construido, nuevo, misterioso y -se podría decir- puro. Yo tengo mi propia máquina del tiempo. La visito con frecuencia, aunque prefiero verla en días que pueda disponer de toda la tarde. Me abre la puerta con sus pasos sonrientes y acompasados, me invita a pasar y tomar un cafecito destilado en la cafetera blanca de fierro enlozado. Me siento en

Sobre “Animal”, de Balladares: hormigas

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Me propuse escribir una nota semanal en este espacio, y lo primero que hago es incumplir mis metas. Normal. Me cuesta mucho organizar ideas e hilarlas en palabras sin sentir que lo que hago no tiene sentido y es puramente autocomplaciente. Me puedo, en cambio, pasar horas viendo cómo las hormigas comienzan a crear un sendero sobre las baldosas de la cocina, buscando gotitas de agua que sacan del grifo del fregadero para llevarlas a sus refugios, junto con pétalos de las flores de la mesa del comedor o alguna cucaracha, patas arriba, sorprendida, que no sabe que será sacrificada por esas pequeñas carnívoras. Parece que una mente maestra las condujera por canales y laberintos, mientras construyen los únicos palacios que sobrevivirán al fin del mundo. Miro las hormigas, que no me miran, que siguen el olor dejado por las exploradoras en las paredes, que buscan aumentar la colonia, como si toda la realidad solo dependiera de la adherencia de sus patas. Quisiera tener la habilidad de,

Caja de fotos

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La fotografía está borrosa, pero todavía se ve un grupo de cuerpos (o lo que queda de ellos) momificados por el calor. Es imposible reconocer los rostros de esos hombres. Están cubiertos con unas telas. Hay una cara que parece mirar al fotógrafo, pero sus rasgos son más cercanos a los de un maniquí. —¿Es él? —pregunta mi abuela —No, creo que no. Sus cejas… sus labios parecen distintos. —¿Y en esta? Un grupo de soldados posan mostrando armas. En la parte de atrás se lee “Arsenal capturado a los bolivianos”. Son tan pocas armas... Hay cinco o seis fusiles como mucho. —Tampoco en esta. —Sigue buscando, sigue buscando. Debe estar en una de estas. Me dijeron que está acá. Saco otra foto de la caja. Solo se ve la calavera. El uniforme cubre el resto de huesos. Sus manos desaparecieron, su piel, su todo. Queda un despojo, un montoncito de algo que asemeja un cuerpo. A un lado, en el piso, está su sombrero. ¿Cómo saber si se trata de mi tío Samuel? —Creo que en esta tampoco

Lo que se esconde en las cajas: entrevista a Isabel Suárez

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Las cajas de zapatos suelen amontonarse en los cuartos con cachivaches que sirven para... ¿para qué sirven? Hay quien solo conserva apiladas sus cosas, quien guarda material de trabajo, quien usa las cajas para hacer casitas de muñecas. Isabel Suárez usa sus cajas como puertas a historias inesperadas. Son historias breves y condensadas que sorprenden por su equilibrio y visión. Por eso es que la buscamos para poder hacerle algunas preguntas en la serie de entrevistas a autores jóvenes bolivianos que tienes que conocer. Aquí, lectores, les presento a Isabel Suárez. En tu blog señalas que iniciaste la escritura a los quince años. ¿Hubo algún evento detonador que te llevó a esta exploración? La verdad es que sí y ahora contarlo resulta un poco vergonzoso porque estaba muy lejos de ser la escritora con la que soñaría unos meses después. Todo empezó en el colegio. Tengo una amiga, Fátima, con la que solíamos hablar mucho de chicos y típicas cosas de adolescentes, pero a nosotras

Hambre

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Cerca al final del canto XXXII, Dante se había tropezado con la cabeza de un hombre enterrado que estaba royendo la cabeza de otro hombre. Sorprendido y asqueado por el hallazgo, Dante pide al hombre que le cuente su historia. La bocca sollevò dal fiero pasto / quel peccator, forbendola a’ capelli / del capo ch’elli avea di retro guasto. / Poi cominciò : así da inicio al nuevo canto, el XXXIII, donde este personaje suelta la cabeza del otro al que estaba masticando y se limpia la boca con los cabellos de su víctima para contar su drama. Se trata del conde Ugolino della Gherardesca, un personaje clave en la política de la vida toscana en el siglo XII, que estaba royendo la cabeza del arzobispo Ruggieri. El conde había sido capturado por el arzobispo y encarcelado en la Torre della Muda junto con sus cuatro hijos. Aunque se trata de un evento real, muchos de los detalles fueron transformados para lograr un mayor efecto dramático en la obra. En el texto, Ugolino relata que tuvo un sueño

La belleza y las arañas

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En mi jardín, en invierno, entre las ramas del romero aparecen las Argiope Argentata , las hermosas arañas tigre. Las hembras pueden ser reconocidas con facilidad por su vientre abultado color plata, negro y dorado, y son bastante grandes, llegando a medir fácilmente 5 centímetros. Esta araña se queda en el centro de su red y permanece quieta a la espera de que algún insecto quede atrapado. Su telaraña es hermosa, una de las más regulares y densas. Con seda verde envuelve sus huevos y los deja muy cerca de la telaraña, escondidos tras alguna de las hojas del arbusto en el que está tejida su red. Es una especie muy pacífica y se debe sentir muy amenazada para atacar. Tiene un veneno muy suave, de poca duración para los humanos, así que siempre tratará de huir en lugar de atacar. En casi todos los fenómenos naturales podemos encontrar distintas formas de belleza, como la armónica y proporcionada de las telarañas o la disruptiva y enérgica de los rayos. Es más, las especies han evolucio

El viaje: sobre Ulises de Dante y Orellana de Aguirre Lavayén

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Este es el asunto: vinimos de viaje a Samaipata por el camino antiguo a Santa Cruz. El viaje es largo, intenso, casi azaroso. Los tramos entre un pueblo y otro no son nada breves y se puede pasar horas enteras sin ver rastro de los humanos, excepto el camino –que no carretera, que hay grandes partes sin asfaltar o que parecen meras sendas por las que recorre el bus con dificultad. Los paisajes son, si hace falta decirlo, espectaculares. Entre montañas áridas, montes llenos de vegetación, zonas donde hay niebla permanente y valles cultivados. El bus se detiene con mucha frecuencia para recoger y dejar personas, sobre todo mujeres comerciantes. Se llena todo espacio disponible con bultos, bolsas, cajas. Cada vez que hacemos este viaje llevamos algunos libros para pasar el rato, y René se llevó Más allá del horizonte , de Joaquín Aguirre Lavayén. Hace poco lo convencí de que lo leyera, que le diera una oportunidad. Es un extraordinario libro, quizás la mejor novela boliviana de aventura

El fuego y la inmortalidad

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Gilgamesh de Uruk, el mayor rey de la Tierra, que era dos partes dios y una parte humano, era el más fuerte semidiós que jamás haya existido. Solo que además de fuerte era impetuoso. Y eso le costó caro. Cuando Enkidu, su amigo y cómplice, murió como castigo por matar a Humbaba y al Toro del Cielo, Gilgamesh se lanzó a la aventura para buscar a Utnapishtim y su esposa, los únicos humanos que sobrevivieron a la gran inundación y que habían recibido de los dioses el don de la inmortalidad, con la esperanza de obtener también este don. Pasó pues por las dos montañas de donde se levantaba el sol, donde se encontraban los dos seres escorpión, guardianes del ingreso a la oscuridad. Al final del túnel llegó a una tierra donde los árboles no tenían hojas sino joyas para hablar con Siduri, la tabernera que vive en una de las orillas del mar de los muertos, y contarle su propósito. Siduri le envió a Urshanabi, que llegó con unos gigantes de piedra tan monstruosos que Gilgamesh los mató de inme

Dar la espalda al lector

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Para quienes somos lectores, la escritura parece algo sencillo: basta contar una historia, una buena historia, y ya. Cuando se está del otro lado, del que está queriendo construir una narración, la cosa es mucho más complicada. Hay muchas maneras de que todo salga mal y al final no se logre transmitir en la narración lo que se desea contar. Incluso autores que tienen mucha experiencia, una gran calidad de trabajo y muchas horas de esfuerzo, pueden cometer algunos errores en la narración que puedan tener un costo al final y no funcionar. El riesgo está en contar algo de un modo tal que no haya una justificación en la trama y que rompa con la burbuja del mundo de ficción creado por el autor. Un ejemplo de esto lo encontramos en el cuento “La emboscada”, de Rodrigo Urquiola Flores. El cuento está escrito desde la perspectiva de un narrador-testigo, alguien que es parte del mundo del relato y cuenta los hechos desde su punto de vista, que no es el personaje central, sino secundario. Y hast