La belleza y las arañas

En mi jardín, en invierno, entre las ramas del romero aparecen las Argiope Argentata, las hermosas arañas tigre. Las hembras pueden ser reconocidas con facilidad por su vientre abultado color plata, negro y dorado, y son bastante grandes, llegando a medir fácilmente 5 centímetros. Esta araña se queda en el centro de su red y permanece quieta a la espera de que algún insecto quede atrapado. Su telaraña es hermosa, una de las más regulares y densas. Con seda verde envuelve sus huevos y los deja muy cerca de la telaraña, escondidos tras alguna de las hojas del arbusto en el que está tejida su red. Es una especie muy pacífica y se debe sentir muy amenazada para atacar. Tiene un veneno muy suave, de poca duración para los humanos, así que siempre tratará de huir en lugar de atacar.

En casi todos los fenómenos naturales podemos encontrar distintas formas de belleza, como la armónica y proporcionada de las telarañas o la disruptiva y enérgica de los rayos. Es más, las especies han evolucionado de forma tal que buscamos y necesitamos de simetría, proporcionalidad, orden, repetición. Estas formas de belleza singular se pueden encontrar desde los pavos reales hasta los murciélagos, y suelen ser marcadores de salud y bienestar de cada individuo.

Por supuesto, los humanos también sentimos una necesidad imperiosa de rodearnos de belleza. Es más, no solo admiramos esta belleza sino tratamos de aprehenderla y replicarla. Pitágoras descubrió las ecuaciones matemáticas que describen las proporciones que se repiten en la naturaleza, y las hemos usado en pirámides, esculturas, iglesias, retratos. Pero además hemos encontrado otras formas de lograr replicar la emoción que nos produce la belleza en otras creaciones muy peculiares, como la música, el teatro o la literatura.

La búsqueda de la belleza, de la estética, de la emoción, no es algo que deba tomarse a la ligera. Estar rodeado de creaciones estéticas (naturales o humanas) permite crecer con una mayor salud mental y emocional. No se trata en absoluto de algo superfluo, de algo prescindible, sino de una de las necesidades elementales para la vida digna.

El impulso por las cosas que nos conmueven, que nos conectan en una red de sentidos y significados, es una muestra de cuán profundamente entrelazadas están la biología y la cultura, la naturaleza y nuestra capacidad de creación.

La Argiope Argentata es una araña estacional. Me toca esperar hasta que pasen las lluvias para saber si este invierno tejerá sus redes en mi jardín. Cuando vea sus redes y sus largas patas atigradas, dejaré que la vida me envuelva con su belleza.

Ningún elefante se balanceaba sobre la tela de la Argiope.

Este artículo fue publicado originalmente en Opinión y Correo del Sur hace un año, en la serie de columnas del colectivo Telartes.

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