Reliquias

Que trata de la extraña forma en que el padre Antonio hace del cadáver de su amada una reliquia en el Manchay Puytu, de Néstor Taboada Terán

En el colegio católico al que iba de niña, el premio por portarse bien y hacer las tareas a tiempo era ir a la pequeña biblioteca de la capilla. Por curiosidad y por morbo me esforzaba por ser la primera de la clase: las vidas de los santos eran lo más cercano que había a los cuentos de hadas.

Me sabía de memoria las historias de san Francisco y de san Ignacio, santa Rosa de Lima y la Virgen de Guadalupe. Así que, cuando estuve en Italia, en el Véneto, movida por ese morbo me fui a ver la Pontificia Basílica Menor de san Antonio de Padua.

San Antonio es uno de los santos de los que se tiene más registro, sobre todo por sus más de seis mil sermones publicados. Era un predicador muy reconocido, tanto que hasta se presentó frente al papa Gregorio IX, que lo nombró “Arca del Testamento”. Murió en el año 1231. No pasaba de los 36 años.

En la basílica se encuentran expuestos los restos del santo. La edificación es imponente y oscura. A pocos pasos de la entrada, todos los muros, el piso y los muebles están recubiertos de exvotos, plaquitas metálicas agradeciendo los milagros recibidos. En la parte posterior al altar mayor se encuentra la capilla de las reliquias. Tras grandes vitrinas están expuestos los restos de su túnica, restos de la capa, una urna de madera con sus huesos, su mandíbula inferior, sus cuerdas vocales y su lengua. Los fieles del santo tocan el vidrio y rezan, rezan esperando un milagro, sobre todo rezan a la lengua, negra y seca, guardada en un relicario de vidrio, ya que su palabra hacía milagros.

Cosa fascinante la reliquia. ¿Quién no tiene un objeto, una piedrita, un recuerdo de un ser amado, de un ser admirado, un papelito firmado por una estrella, algo que tocar?

Claro que hay quienes llevan la costumbre de juntar reliquias muy en serio. Por ejemplo, Nápoles es la ciudad del mundo con mayor cantidad de reliquias de santos. Más que eso: es la ciudad con la mayor cantidad de reliquias relacionadas con sangre. Su cultura está ligada a la sangre (más que ligada, está coagulada). En el Duomo se encuentra una ampolla del tamaño de una pera que contiene la sangre de san Genaro. En mayo, septiembre y diciembre se reúnen los fieles del santo para rezar y poder así observar la licuefacción de la sangre coagulada de la ampolla.

Según la tradición católica, san Genaro fue apresado durante la última persecución que sufrieron los cristianos antes de que Constantino la declarara religión oficial. Sus captores lo martirizaron para que renegara de su fe, metiéndolo en un horno. Salió sin ninguna quemadura, ni siquiera su túnica tenía rastros de fuego. Al ver esto, los soldados lo trasladaron al anfiteatro donde soltaron unas fieras que, ¡oh, prodigio!, se echaron a sus pies como mansos gatitos. Por último, fue llevado a la plaza Vulcana y fue decapitado.

San Genaro es ahora el protector de Nápoles, es el responsable de la integridad de la ciudad, sobre todo apaciguando al Vesubio.

Mi hermano Renato me hizo notar algo peculiar: la parte del prodigio de la licuefacción es tan atractiva y sorprendente que pasa a segundo plano la otra parte, de su origen. ¿Cómo se obtuvo su sangre? ¿Quién estuvo ahí, sosteniendo su cabeza durante la decapitación, para recolectar la sangre en una ampolla? Por supuesto, parte de la gracia está en creer que ha sido recogida en el año trescientos de la era cristiana y no en el siglo dieciséis, donde aparece la ampolla, pero las reliquias no se merecen algo tan frívolo como ser explicadas.

Bien, cuento esto porque hace poco me regalaron el libro Manchay Puytu, de Néstor Taboada Terán. Leer esta novela me hizo recuerdo a las mañanas que pasaba en la capilla en silencio, hojeando las historias de prodigios y resurrecciones; y también al morbo que sentí entonces. El padre Antoño y María Cusilimay, más que dos amantes que buscan estar juntos, parecen unos juguetes en manos de un destino que no perdona. El cadáver momificado de la mujer, cuidado con esmero por el tata cura, está a medio camino entre ser una reliquia de santo y una ñatita de noviembre. Los restos de María sirven como un portal dimensional que une este mundo con el de abajo, que crea un revoltijo de creencias y fusiones entre los tres mundos de la cultura quechua y los prodigios de la religiosidad católica colonial, es la ruptura de un dique que arrasa con la noción de bien y mal, que fusiona creencias y espíritus, que acaba con la vida por amor.

La novela cumplió 40 años el 2017. No es una reliquia, no hace milagros, excepto ese: rompe el dique, conecta con la locura, te lleva a un Potosí colonial lleno de ajayus y revelaciones, de retorno a las florecillas espirituales y a los rituales de Todos Santos.

Este hermoso relicario contiene la lengua de San Antonio. Sí, es esa cosa negra con puntitos blancos. 

La versión que tengo de Manchay Puytu, El amor que quiso ocultar Dios, de Néstor Taboada Terán, ha sido publicada por Ediciones El pájaro de fuego, de La Paz, y llegó a mis manos gracias a la librería de viejo Sobras Selectas del buen Alexis Argüello.

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