Cuatro sueños

#1: dientes
De pequeña mi dentista me decía que, si me portaba mal, me cortaría la cara con el torno. Me quedó el pavor de abrir la boca y dejar que alguien me toque los dientes, así que tiendo a postergar las visitas hasta que el dolor sea inevitable, como en esa mañana, donde empecé a sentir punzadas en la cara. Llamé a mi dentista y le pedí una cita, pero mientras hablaba los dientes se me hacìan polvo en la boca, y cuando hablaba me salìa una especie de nube de polvo pestilente, gris, y las palabras se me morìan atragantadas con el olor.

#2: baño
Sabíamos que era un viaje difícil, sobre todo porque no viajábamos a solas, sino que todos estábamos en este barco pequeño y extraño con paredes de vidrio y suelo de tierra apisonada. No sabíamos el rumbo pero navegábamos empujados por el viento y el movimiento de las olas.
De tanto ver agua por todas partes a un cierto punto me vinieron unas ganas locas de hacer pis. Se habían olvidado de poner carteles informativos así que caminé por pasillos, gradas, cubiertas, zonas de restaurantes o de maquinaria y así, hasta que finalmente di con la zona de los servicios.
Los baños, como todo el resto de la nave, tenían paredes de vidrio y no había separación o privacidad alguna, sino una suerte de baño romano comunitario en una gradería donde además se llevaban a cabo las reuniones entre los viajeros y la tripulación. Uno se sentaba en su curul con agujero y al mismo tiempo que negociaba podía defecar. Y no estaba mal como idea, al final todos somos bien honestos a calzón quitado, pero todas las graderías estaban hediondas, sucias, húmedas, marrones, con pelos y con restos de los anteriores viajeros.
No supe elegir entre sentarme sobre las glorias ajenas o embarrarme con mis propias cagadas.

#3: grietas
Un amigo mío trabajaba en el último piso del edificio blanco sede del principal diario de la ciudad. Cada que podía lo iba a visitar. Era una persona inteligente y extraña, sí, pero yo iba por los libros: era el guardián de una biblioteca.
Cuando llegué esa mañana me mostró un nuevo tesoro: un ejemplar de la primera novela publicada en esta tierra, con una dedicatoria del autor a un tal Nicanor Contreras, con palabras muy sentidas de amor a la patria y esas cosas rimbombantes de próceres de la independencia. Pero en cuanto tomé en mano el ejemplar la tierra comenzó a temblar. El movimiento oscilatorio era muy fuerte, así que traté de mantener el equilibrio hasta que pasó el temblor, y en cuanto fue posible me bajé por las gradas los diecisiete pisos, mientras veía que se formaban grietas en los muros y en los pisos. Cuando llegué abajo salí corriendo hasta el río, una zona sin edificios y más segura, y llegué para ver que el puente que unía la ciudad se desplomaba.
Al otro lado del río estaba mi familia. Ellos miraban hacia otro lado mientras yo movía los brazos para que me vean, pero no había caso: yo también me estaba quebrando.

#4: la casa
Estaba en la casa de mis antepasados cuando llegaron en moto y encapuchados. Echaron bombas molotov en las puertas. No podíamos hacer nada por el terror de que nos hagan daño. Revolvieron nuestras cosas y se sacaron las pocas joyas que quedaban de mi abuela. Hicieron lo mismo en la casa del frente, y mientras estaban saqueando aprovechamos para llamar a la policía.
Los policías llegaron en moto y encapuchados. Nos golpearon con sus escudos y armas. Echaron gas lacrimógeno en las puertas. No podíamos hacer nada por el terror. Se llevaron todas las cosas que quedaban para buscar huellas y dar con los ladrones. Hicieron lo mismo en la casa del frente. 
Ahora no sabemos a quién llamar.



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