Mi no-cuarentena

El viernes mi jefe detuvo a María en la caja. Ella estaba por pagar su compra. Mi jefe le pidió que saque las cosas que tenía en la cartera. Nerviosa y balbuceando cosas sin sentido, María sacó un par de empaques de embutidos y una lata de salsa de tomate. Sin decir nada, mi jefe se llevó las cosas y las puso en su lugar. 

1. Todos los días ella llega al supermercado diez minutos antes de la apertura. Es la primera cliente en entrar. Saluda a todos, toma un carrito rojo de la puerta y busca siempre los mismos productos. Repite el ritual por la tarde y, hasta hace poco, lo hacía de nuevo a las siete de la noche.
María tiene ochentaytodoslosaños, es parte de la población en riesgo. Debería estar en casa, debería venir su hijo o su marido, debería apoyarse en los voluntarios que colaboran con las compras durante esta cuarentena. Pero no: ella está cada día en la puerta.

2. La mía ha sido una no-cuarentena. Trabajo como cajera. Este supermercado es un pequeño negocio familiar en un pequeño pueblo de una pequeña provincia en una de las regiones más golpeadas por el coronavirus, el Véneto.
Como es considerado un servicio de primera necesidad, no hemos cerrado -más bien nuestro trabajo se ha, cuando menos, triplicado. Y es que las personas que antes iban al restaurante o a un café, o comían en la calle, ahora compran todo aquí. De golpe nos vimos sobrepasados por la demanda. En esta semana trabajé unas diez horas diarias para poder estar a la par de las necesidades de los clientes.
Desde el inicio del brote, cada vez que voy al trabajo me encuentro con una novedad. Un día se dispuso que debía haber un mínimo de distancia entre clientes. En otro, nos ordenaron alternar cajas abiertas y cerradas para aumentar la distancia entre usuarios. Ahora se obliga a los clientes a usar guantes y barbijos, y a hacer una limpieza de carritos y bolsas antes de entrar. Las cajeras estamos protegidas por unas placas de policarbonato con una pequeña ventanilla para el pago de la cuenta, nos dotaron de barbijos, guantes y otros dispositivos de seguridad. Grupos de voluntarios colaboran en el control de ingreso y haciendo compras para los grupos sociales vulnerables.
La mayor parte de los clientes ahora va solo una vez a la semana. Pero ese no es el caso de Rita, de Piero o de María. Ir al supermercado es parte de su rutina, es una práctica demasiado arraigada para poderla cambiar. Prefieren enfermar. 

3. Cuando llega a la caja, María descarga en la cinta los mismos productos una y otra vez: gaseosa de toronja, galletas, fideos, salsa de tomate y poco más. Por las tardes se lleva pizzas congeladas. Mientras pone las cosas sobre la cinta me cuenta que su hijo está igual, es decir mal, es decir internado en el centro social, que ella está cansada y que por suerte ha logrado conseguir comida para otro día más, quizás mañana no sea igual. Lo dice en dialecto véneto cerrado. No sé si me entiende cuando le respondo. 

4. La cuarentena ha sido terrible para todos, aunque más para algunos. En mi pueblo, la alcaldía entrega unos vales de compra a las familias más pobres, a quienes han sido más afectados por las medidas de distancia social, que perdieron el trabajo, ganan al día o son miniempresarios y se quedaron sin ingresos. En el supermercado hacemos un descuento del 10% a quienes presentan ese vale para dar una mano: al final somos parte de esta comunidad. 
María no recibió ninguna tarjeta. Y es que en el fondo no la necesita. No es pobre; o, mejor, la pobreza de María no se compensa con tarjetas de alimentación. 

5. He aprovechado el feriado de Pascua para escribir esta nota. A partir de este 4 de mayo, Italia entra en la segunda fase: comenzarán a aligerarse algunas de las medidas. Se ha dado prioridad a la apertura de librerías y tiendas de ropa para niños, ya que se los considera también servicios esenciales. Se dará permiso a las personas para salir a caminar para hacer ejercicio (siempre que sea cerca de casa). Además, en el supermercado podrán volver a entrar de a dos personas por familia. Por fin el marido de María podrá volver a acompañarla.
Podré visitar a mis padres.

No parece mucho, pero vaya que sí lo es.


(Esta nota fue publicada originalmente en Correo del Sur)

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